domingo, 17 de julio de 2022

Raros y rarezas



En ocasiones, cuando la oscuridad me abrazaba con fuerza, un pensamiento venía a mí de forma recurrente:

«Ojalá ser normal. Ojalá tener una vida normal y tranquila…»


Ahora que tengo algo más de madurez, y bastante más amor propio, me doy cuenta de que, en realidad, no me gustaría ser “normal”.

Dejando a un lado lo relativo de la normalidad, y la entrada “lo extraordinario de la normalidad” que publiqué hace algún tiempo, creo que ser “normal” está, en cierta forma, sobrevalorado.


Sí, siempre he dicho aquello de: “la gente que desea ser diferente no sabe la soledad y el sufrimiento que ello conlleva”, y todavía lo pienso.

Ser “raro”, diferente, distinto al resto, sea por el motivo que sea, puede llegar a generar mucho rechazo por parte de la sociedad.

Pero… ¿Es malo serlo?


Como he dicho antes, ahora que lo veo desde otra perspectiva más madura y más… ¿Egocéntrica?, pienso que, en realidad, no hay nada de malo en ello.

Tampoco creo que nadie sea mejor que nadie por el simple hecho de ser diferente. Pienso que cada persona tiene ese algo que le hace única.


No obstante, sé de buena tinta que hay mucha, mucha gente que se siente sola, desesperada, rechazada… Y que sufren mucho a diario por el mero hecho de no encajar en lo que la normalidad establece como “correcto”.

Sin embargo, me observo, me paro a pensar y a realizar un viaje introspectivo y… Me gusto.

Así es, me gusta mi forma de ser, me gusta ser la persona que soy ahora mismo. Pese a que estoy en continuo cambio, estoy contento con el hombre en el que me he convertido.


Iba a decir que, si miro hacia delante, me gusta el camino al que parecen estar llevándome mis pasos. Pero sería en parte mentira.

Me explico: sí que me gusta en lo que me estoy convirtiendo, pero no hay nada más del camino que me agrade, creo. Básicamente porque no veo un camino delante de mí.

Pero ese es otro tema para otra entrada si se tercia.


Volviendo al asunto principal…

Está bien ser “raro”, está bien no encajar.

Hay que estar orgullosos de ser quienes somos, de nuestras rarezas, de todo aquello que nos haga destacar. Siempre y cuando eso no dañe a nadie, por supuesto.


La vida es demasiado corta como para rechazarse a uno mismo. Es demasiado dura como para macharse de forma voluntaria, y como para renegar de quienes somos.

Por eso, disfrutemos todo lo que podamos de este viaje.

Disfrutemos de nuestras “rarezas”.

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