Siempre
he caminado deprisa, como si huyese de algo.
Como si
algo me estuviese persiguiendo.
¿Qué es?
¿El tiempo? ¿El universo? Quizás no sean más que mis propios pensamientos los
que me atormentan, y por eso corro.
Huyo,
siento que siempre lo he hecho.
Ni
siquiera sé de qué, no sé por qué intento escapar de algo invisible que ni
siquiera es real.
Pero lo
hago. Corro, lejos, sin parar, sin mirar atrás.
Corro,
como si algo maligno estuviese a punto de alcanzarme.
Tal vez,
como he dicho más arriba, ese fantasma horripilante que me acecha no sean sino
mis propios pensamientos.
Tal vez
estoy intentado huir de mi propia sombra.
Y,
¿sabéis qué?
Es
imposible escapar de nuestra propia sombra, pues ella también es parte de
nosotros.
Nuestros
pensamientos negativos también son nuestros pensamientos, y no debemos huir de
ellos. ¿Qué sentido tiene?
Puedes
pasarte toda una vida corriendo, intentando dejarlos atrás de una vez por
todas, pero es inútil. No puedes escapar de ellos, porque ellos también son tú.
Me costó
mucho tiempo darme cuenta de todo esto. De que no debo huir de mí mismo, sino
escucharme, comprenderme, y saber lidiar con todo aquello que me atormenta.
Mi mente
no es sino mía, mi cuerpo, mi vida, mi alma. Son míos.
Solo yo
puedo decidir qué hago con ellos.
Entonces,
¿por qué iba a pasar toda una vida martirizándome por algo que soy yo?
¿Por qué
voy a perder el tiempo huyendo de mí mismo?
Es mejor
aceptarse y trabajar con ellos.
Huir de
los problemas nunca es la solución.