Reflejos, refugios y rayos de luz.
En eso consiste un poco la vida, ¿no?
A veces vemos reflejos de lo que nos gustaría conseguir, o tal vez reflejos de aquello que nos atormenta. Miedos que nos impiden ver con claridad lo que hay ante nosotros.
Pero no dejan de ser reflejos al fin y al cabo. Algo que no es del todo real, como un espejismo en mitad del desierto.
Luego están los refugios, esos lugares en los que nos sentimos a salvo del resto del mundo. Allí donde nada ni nadie puede dañarnos, ni asustarnos, ni perturbar nuestra paz.
No está mal estar en ellos, pero, a la vez, no es sencillo lograr encontrarlos. Los puedes ver en la distancia, sabes que están ahí, pero hay ocasiones en la que los reflejos nos juegan una mala pasada y nos impiden verlo bien.
Por suerte también existen los rayos de luz. Algunos pensarán que no se diferencian tanto de los reflejos, pues también pueden deslumbrarnos y hacer perder la visión.
Ahí radica su dualidad. Pueden mostrarnos el camino, pueden señalarnos el refugio que tanto ansiamos alcanzar, pero, a su vez, pueden hacernos perder de vista nuestro objetivo. Lo bueno de ellos es que siempre nos iluminan de una forma u otra.
Así es la vida, tiene que haber un equilibro entre estas tres cosas.
No puedes ver el refugio si no has visto antes un reflejo, o si un rayo de luz no te ha mostrado antes el lugar en el que está el refugio.
El equilibrio casi divino que lo sostiene todo es cuanto menos sobrecogedor.
¿Se puede hallar la paz sin haberla perdido antes?
¿Puedes volver a ser feliz sin haber sido infeliz?
¿Cómo sabes que necesitas un refugio si no sabes que ahí fuera hay peligros?
La vida es algo extraño, retorcido, y diría que en ocasiones hasta siniestra.
Todo depende de la perspectiva en que la mires.
¿Es eso un reflejo? ¿Es un rayo de luz?
Solo hay una forma de saberlo: avanza hasta tu refugio.
Tras un largo periodo de tiempo trabajando en ello, mi pareja y yo al fin hemos conseguido sacar a la luz nuestro pequeño gran proyecto. S...
