A veces nos sentimos atrapados, encadenados a una situación,
a un momento, e incluso a un lugar.
En ocasiones, pensamos que nuestra felicidad depende de algo
en concreto. Tenemos la convicción de que, sin ese algo, jamás podremos ser
felices de verdad.
Empleamos mucho tiempo de nuestras vidas luchando por
mantenerlo, por conservarlo junto a nosotros. Nos vamos consumiendo poco a
poco, todo por no perder ese algo.
Sientes que solo así podrás liberarte de tus cadenas, que
esa es la llave que abrirá tu cárcel de una vez por todas.
Te ciegas, tapas tus ojos y no eres capaz de observar más
allá.
No te das cuenta de que, precisamente ese algo son tus
cadenas, tu carcelero.
Poco a poco vas generando una dependencia a tu pequeña
jaula, y, cuando menos te lo esperas, has dejado de ser libre.
Pero tú sigues sin ser capaz de verlo. Sigues pensando que
solo con ese algo serás capaz de salir adelante.
Da igual que el resto del mundo te lo diga, tú no ves que
ese algo te tiene totalmente atrapado.
Pero, ¿qué pasa cuando se rompen las cadenas? ¿Qué pasa
cuando pierdes ese algo?
Crees que sufrirás muchísimo, crees que tu felicidad se irá
para siempre, pero… ¿Realmente eres feliz así?
No, no lo eres.
Y, cuando te liberas de las ataduras, cuando por fin sales
de la jaula…
Te sientes libre.
Te sientes bien.
Te sientes vivo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¿Qué se te pasa por la cabeza, Habitante?