Ya, ya
sé que todavía no toca otra entrada.
Pero tengo ganas de escribir, y estoy un poco saturado hoy de la poesía.
Así que
pensé en escribir una de esas entradas en las que, realmente, no hablo de nada.
De esas
en las que, simplemente, dejo a mis dedos fluir sobre el teclado.
El
último año ha estado lleno de cambios. Por suerte, la mayoría han sido
positivos.
Diría, incluso, que también puedo sacar la parte positiva de aquellos cambios a
priori negativos.
Hace
poco escribí una entrada hablando precisamente de esto, de los pasos que he ido
dando. Pero la descarté, porque me pareció demasiado escueta y simple.
Pero, si
me paro a pensarlo…
Siento
que he encontrado el camino.
A lo
largo de este año, he conseguido salir de situaciones dañinas en las que me
sentía atrapado. Situaciones tóxicas que solo me hacían mal.
Y, por si fuera poco, logré meterme en nuevas situaciones, pero, esta vez, de
las que te hacen sentir bien.
También
conseguí trabajo, e incluso me salió la posibilidad de dar el salto hacia otro
todavía mejor. Y, ¿sabéis? Me arriesgué.
Acepté el nuevo trabajo, y dejé el anterior.
Aunque no todo es tan bonito, pues al final la cosa no salió bien, y me quedé
sin ninguno.
No obstante, no me apeno por ello. Al contrario, me alegro de haber sido
valiente, de haberme arriesgado, y de haber salido de mi zona de confort.
Por otro
lado, comencé proyectos nuevos. He escrito alrededor 200 poemas durante este
año, he retomado mi cuarto libro, he mantenido el blog…
Oye, nada mal.
Además,
he descubierto muchas cosas nuevas, y me lo he pasado muy bien en el proceso.
He aprendido muchísimo en este último año.
He roto con miedos y ataduras, y me he lanzado a situaciones nuevas.
Si lo
miro en retrospectiva, me doy cuenta de la cantidad de pasos que he dado, y, la
verdad, me siento bien.
Tal y
como dije antes, siento que he encontrado el camino.
Y ya no
lo volveré a perder.
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