jueves, 23 de mayo de 2024

Carta al pasado

 


Hola.

Ya, lo sé. Te preguntarás que por qué te escribo después de tanto tiempo sin saber nada el uno del otro… Entiendo que se te haga raro, pero bueno, aquí voy.

¿Cómo te va todo? Espero que bien. Me enteré de algunas cosas, ya sabes que las noticias vuelan.

El caso es que estoy pasando unos días en nuestro viejo barrio y me he acordado de ti. Pasamos tantas cosas en este sitio… ¿Cómo olvidarlo?

Pues resulta que hoy me ha dado por salir a pasear. He estado un buen rato recorriendo las calles, los campos, los parques... Todos aquellos lugares que antaño recorríamos a diario.

Ya sabes que soy una persona un tanto melancólica, y es que este lugar está lleno de momentos, de anécdotas, de alegrías, de tristezas… Ha sido una sensación agridulce.

Cada rincón de este barrio tiene algo que me trae recuerdos, ecos del pasado que aún resuenan en mi memoria. Cómo el viejo parque al que me llevaba mi abuelo de pequeño, mi antigua casa, la misma en la que vivimos innumerables situaciones, el campo por el que paseábamos a los perros, el parque de la guardería al que solíamos ir a merendar y charlar…

Podría pasarme horas contando batallitas sobre las calles que nos vieron crecer, ya sabes que cuando me arranco a hablar, no paro… Pero no quiero ponerme melancólico. Además, tengo novedades que contarte. No te lo vas a creer.

A medida que caminaba y observaba mi alrededor, una sensación extraña me invadía. Me he sentido raro, como sí, pese a todo, no reconociese el barrio. Pasamos aquí cerca de veinte años, pero ahora todo es distinto.

¿Te acuerdas del skate park? No todo el mundo se atrevía a pasar por allí, salvo para lo que tú ya sabes. Total, el parque en el que estaba, ese mismo que muchos evitaban… Pues ha cambiado completamente.

En primer lugar, han quitado toda la parafernalia que tenían montada, y han puesto un parque infantil bastante grande. Sí, es un cambio radical, pero no acaba ahí: el parque estaba lleno de familias con niños jugando y riendo. ¿Te lo puedes creer? Porque yo todavía no salgo de mi asombro.

Bueno, continué mi camino, y llegué a nuestro antiguo instituto, lugar en el que pasamos los peores años de nuestras vidas. Siempre lo recordaré como un infierno, una cárcel con vallas altísimas para que nadie escapase. Reconozco que al pasar por delante me ha invadido un sentimiento de ira y nostalgia.

¿Pero sabes qué? Han quitado parte de las vallas, han pintado los edificios, cuidado los jardines, arreglado los desperfectos… ¿Qué está pasando?

Espera, que viene lo mejor, y esto te va a sorprender tanto cómo a mí: al pasar por la puerta estaba llena de chavales. Me he quedado sorprendido cuando me he dado cuenta de que se apartaban para dejar pasar a las personas que iban por allí. En nuestros tiempos se habrían puesto en medio, y habrían soltado algún improperio para provocar.

No sé, a medida que iba visitando lugares, me he ido dando cuenta de cuánto cambia todo con el tiempo…

Voy a resumir algunas de las cosas que más me han sorprendido hoy en mi paseo:

-No he visto ni un solo cable con zapatillas colgadas en ellos. En su lugar, había pájaros cantando alegremente.

-No olía a droga en ningún lugar de todos los que he pasado. Ni siquiera aquellos en los que te colocabas solo con cruzar.

-Los jardines que antes estaban secos y sucios ahora están repletos de flores y plantas.

-Los caminos por los que sacábamos a los perros ya apenas se ven, la naturaleza ha crecido tanto que los ha ocultado.

-Han cerrado más de un tugurio de los que había.

-Hay una cantidad considerablemente menor de grafitis y vandalismo, parece un lugar nuevo.

En fin, se ve que todo ha cambiado a mejor.

Por cierto, cuando iba por el campo me he encontrado un tenedor igualito que los que teníamos en mi casa cuando era pequeño. Con el mismo dibujo grabado y todo. Se lo he enseñado a mi madre, y ha dicho de broma que “quizás era una señal”.

Yo sé que ella no lo decía en serio, pero me ha hecho pensar… Todo evoluciona, todo avanza, todo cambia… Y ese viejo tenedor tirado en el campo me ha recordado, en cierta manera, a nosotros. Al verlo allí, he pensado que, si todo ha avanzado, ¿por qué yo no?

Y entonces me ha dado por meterme entre las plantas para llegar a aquel edificio abandonado en el que escribimos nuestros nombres. ¿Sabes qué? Ya no estaban, el tiempo los ha borrado. Sin embargo, sí que permanecía allí, en lo alto de las ruinas, mi viejo apodo escrito. Lleva ya cerca de veinte años allí.

Una vez más, me ha hecho pensar… Siento como si, en cierta manera, siguiese atrapado allí, en aquellos días, anclado en el pasado por algún motivo. Quizás sea porque me resulta muy duro dejar atrás cosas… No lo sé, pero no quiero terminar sin sacar una conclusión de todo esto.

Todo avanza, todo cambia, todo evoluciona, y es hora de que yo también lo haga. Este barrio ya no es mi lugar, y sí, está lleno de momentos y recuerdos, pero ya forman parte del pasado.

Es hora de que yo también avance y comience a crear nuevas vivencias. Es hora de que siga caminando sin importar lo demás, aunque me cueste.

En fin, creo que voy a terminar aquí. He removido demasiado los recuerdos, y eso a veces es doloroso.

Supongo que te preguntarás cómo estoy yo. Bueno, estoy un poco perdido, aunque he estado bastante peor en el pasado. Otra vez el pasado, ¿lo ves? Vuelvo una y otra vez a él. La vida sigue, y sigo sin darme cuenta.

Ahora sí, voy a terminar aquí de verdad.

Respóndeme si ves que tal, no hay prisa. Quizás ni siquiera lo hagas, al fin y al cabo, ya nada es lo mismo.

Hasta la próxima.

Un abrazo.

miércoles, 1 de mayo de 2024

El Nómada III

 


Amaneció un día más en aquel devastado mundo. Un día más en el que tendría que continuar caminando por el sendero sin rumbo ni colores, totalmente desprovisto de cualquier atisbo de esperanza.

Un pie tras otro, así avanzaba sin saber hacia dónde. Un paso, otro… Y con cada uno, un nuevo recuerdo emergía en su memoria.

Se encontraba en lo alto de un risco, observando los alrededores en busca de algo, cualquier cosa o señal que le mostrase qué dirección seguir, pero nunca aparecía nada.

Echó la vista atrás, cómo si allí pudiese ver todo cuanto dejó en el viejo mundo. Su familia, sus amigos, su trabajo… Palabras que ahora carecían de sentido alguno.

«Palabras… Me pregunto si todavía quedarán escritores» pensó mientras se imaginaba a sí mismo escribiendo un libro.

Sacudió la cabeza para desprenderse de aquella idea. A fin de cuentas, tampoco debía quedar muchos lectores. En realidad, no debía quedar mucha gente en general.

Descendió del risco sintiendo una decepción que ya le acompañaba desde hacía tiempo. Otro día en el que no sabía qué rumbo tomar.

Caminó durante horas hacia lo que pensaba que era el Este. Siempre trataba de ir en esa dirección, pues tenía la esperanza de que allí donde el clima era más cálido, podría haber algún grupo de personas amigables. Tal vez allí encontraría una comunidad a la que pertenecer.

Aunque en realidad sabía que era improbable. A fin de cuentas, ni siquiera en el viejo mundo había llegado a encajar realmente en un grupo. Sonrió, sin saber muy bien por qué, pero lo hizo.

Se acercaba la noche cuando escuchó un estruendo lejano a sus espaldas, un trueno anunciando que se aproximaba una tormenta. Y ya no eran como antaño, ahora eran gélidas y ácidas. Tenía que buscar refugio dónde fuese, pero había un problema: estaba en mitad de un páramo completamente vacío.

Otro trueno, esta vez llegó a ver el relámpago, así que contó los segundos para hacerse una idea de a qué distancia se encontraba la tormenta. 1, 2, 3… 6 segundos, así que la tormenta estaba tan solo a 2 kilómetros de distancia. Debía darse prisa o sería alcanzado.

Caminó deprisa prestando especial atención a cualquier estructura que pudiese otorgarle cobijo. Finalmente llegó a lo que muchos años atrás debió ser una parada de autobús. No era mucho, pero por lo menos le cubriría de la lluvia.

Colocó una lona de plástico que llevaba en la mochila para reforzar su refugio y aguardó. La tormenta no se hizo esperar, primero unas gotas, luego un diluvio. Empezó a hacer frío. Frotó sus manos para calentárselas.

Estaba tumbado en el suelo medio dormido cuando el sonido de una tos le sobresaltó. Estaba muy cerca. Se levantó y se asomó detrás de la lona. Todavía llovía, y allí, totalmente empapada, había una niña de no más de 10 años.

¿Qué hacía allí? Pensó en todo lo que debía haber sufrido en aquel mundo podrido, y cometió una irresponsabilidad:

«¡Niña! ¡Ven aquí, resguárdate de la lluvia!» exclamó.

Ella dudó unos instantes, pero finalmente se cubrió con él. Tenía los ojos rojos, parecía haber estado llorando hacía poco. Al principio no dijo ni una palabra, pero gracias a la insistencia de él, terminó hablando. Llevaba bastante tiempo viajando con su tío, él había cuidado de ella desde el principio. Se sintió aliviado al saber que había conseguido mantenerla ilesa todo aquel tiempo.

También le contó que habían capturado a su cuidado hacía tan solo unas horas. Le dijeron que la entregase a un grupo de desalmados, y al negarse, le atraparon para esclavizarlo.

Él dudó unos instantes, pero finalmente le pudo el corazón. Le dijo a la niña que irían en su búsqueda. Para una persona buena que quedaba, no podía dejarla a suerte de unos asquerosos bandidos.

Esperaron a que amainase un poco y partieron al lugar en el que la niña vio por última vez a su tío. Siguieron las huellas que habían dejado, y les llevaron hasta una pequeña empalizada. Dentro no podía haber más de dos o tres personas.

Sacó su arma y se preparó, a sabiendas de que tan solo tenía una única bala. Dio una patada a la puerta mientras rezaba por que no tuviesen armas de fuego.

En el interior dos hombres sucios y desaliñados estaban sentados tirándole piedras al que debía ser el tío de la chica.

«No mováis ni un pelo» ordenó mientras les apuntaba. Ellos se quedaron petrificados, pero obedecieron. Él le dijo a la chica que fuese a desatar a su tío. Cuando estaba a su lado, uno de los hombres sacó un puñal y se abalanzó sobre ella.

Por suerte él actuó rápido y fulminó de un disparo al atacante antes de que consiguiese herirla. El otro bandido se quedó pálido de terror. Había gastado su última bala, pero al menos había salvado la vida de aquella niña.

Desató a su tío, que acto seguido acabó con el captor que quedaba.

«Gracias» dijo mientras abrazaba a su sobrina «¿Cómo puedo agradecértelo?» preguntó.

«Sigue manteniendo a la niña a salvo, eso será suficiente agradecimiento» contestó él.

El hombre sonrió y le abrazó. Llevaba años sin sentir el calor de un abrazo, más que eso, llevaba años sin tocar a una persona de manera no agresiva. Aquello le reconfortó.

«Ven con nosotros, vamos tras un lugar seguro» dijo.

Él dudó.

«Hemos oído de buena mano de un refugio a unos días de aquí, allí hay gente buena» insistió el hombre.

Finalmente accedió, al fin y al cabo, tampoco tenía dónde ir.

 


23/01/2025

  Hace algún tiempo que no escribo por aquí, demasiado. No es porque sienta que no tenga nada que decir, al contrario. En innumerables oca...