Observó el entorno que le rodeaba, todo carecía de color, hacia
tiempo que la escala de grises se había adueñado del mundo y había despojado al
resto de tonos para siempre.
«Siempre…» pensó mientras sacudía la mochila que llevaba a
la espalda.
Ese concepto le resultaba extraño. Si no hallaba algo de
comer pronto, conocería lo que era descansar para siempre.
Anduvo sin descanso hasta que llegó la noche. Cerca de él tan
solo ruinas, y ninguna le otorgaría refugio suficiente.
Suspiró mientras contaba la munición que le quedaba en la
vieja pistola que portaba. No tardó demasiado en terminar, una única bala en la
recámara aguardaba pacientemente.
Eso era todo, 8 gramos de plomo es cuanto hacía falta para
acabar con todo. Algo tan pequeño podría causar algo tan grande, tan eterno.
Echó otra ojeada a las ruinas que le rodeaban. Pensó que lo
más sensato sería ponerle fin a todo, así al menos descansaría. Y quién sabe,
quizás incluso se reuniría con sus seres queridos.
Estaba tan concentrado en sus pensamientos que apenas se
percató cuando un sonido atronador llegó llevado por el viento.
«Un disparo» pensó.
Tenía que actuar rápido, pues ya no solo la noche le
acechaba. Se acercó a las ruinas y buscó una decente. No iba a cometer el error
de ocultarse en la más estable y segura, pues aquello sería demasiado evidente
y le pondría en peligro.
Entre todas ellas divisó una. Antaño debió ser una tienda, pero
ahora solo quedaba un muro y medio, parte del suelo, y el mostrador. El resto
no era más que escombros.
Se acercó al viejo mostrador de madera, aunque sabía perfectamente
que allí no habría nada para comer. Seguramente había sido saqueado varias
veces a lo largo del tiempo.
En efecto, estaba completamente vacío, aunque todavía conservaba
las puertas corredizas en las que solían almacenar enseres. Aquello le serviría
como refugio.
Primero acomodó la mochila en el interior, y después se
metió él mismo dentro. Cerró la puerta y aguardó.
Estaba estrecho, lleno de polvo y olía a humedad, pero al
menos le resguardaba del frío de la noche y de otros posibles supervivientes.
Antaño habría elaborado alguna estrategia para vigilar a las
personas que habían causado el disparo, por si eran buenas y podían ayudarse
mutuamente. Sin embargo, ya hacía bastante tiempo que no quedaban buenas
personas, y él lo sabía perfectamente.
Y, si quedaba alguna, estaría escondida en algún armario,
cómo él.
Cerró los ojos y trató de dormir.
Cuando despertó pudo escuchar que fuera estaba lloviendo. Llovía
mucho últimamente, aunque por suerte ahí dentro estaba cubierto. Decidió
esperar a que amainase, y después salió y se puso en marcha de nuevo.
No pudo ver huellas, pues la lluvia había borrado todo, pero
tampoco veía signos de que hubiese alguien cerca, así que continuó su camino
sin rumbo.
Llegó a una colina bastante alta, pensó que tal vez desde arriba
podría ver algo interesante, así que ascendió con cuidado entre las rocas y el
barro.
No muy lejos de allí divisó una vieja carretera, y por ella
caminaban un hombre con un carro de la compra y un niño a su lado. Recordó un
viejo libro, pero podría tratarse de cualquiera. Dudó sobre si acercarse a
ellos, tal vez fuesen buenas personas. Iba un niño, y eso era buena señal.
¿Quién sino una buena persona viajaba con un niño ileso en aquellos tiempos?
Finalmente decidió no acercarse, pues, pese a que su instinto
le decía que eran buena gente, sabía que era peligroso.
Se sentó allí arriba, observando todo en la distancia. Hizo
memoria, apenas recordaba la última vez que vio algo natural de color verde.
Suspiró agotado y emprendió de nuevo la marcha, sin saber
hacia dónde dirigirse, ni por cuánto tiempo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
¿Qué se te pasa por la cabeza, Habitante?